UNA MONTAÑA


I.

Las cosas están quietas y en silencio, a pesar del lenguaje. La montaña descansa, a pesar de que el excursionista se dirija de nuevo a la cima. Escribir, dijo María Zambrano, es defender la soledad en que se está. Escribir, pensamos, es fruto de un deseo desconocido, de un deseo que quisiera apaciguarse escribiendo.

También el caminante llega hasta la cumbre para descubrir que no era necesario: la cumbre estaba quieta y en silencio. Indispensable es rendirse para iniciar el descenso. A cada paso, el reclamo de la gravedad, y un territorio abierto por delante, lleno de exigencias. Subir una montaña tuvo relación con el vacío: nada nos esperaba.

II.

Después del nacimiento, lo primero que se ofrece es la experiencia de la sed. Estar en el mundo es ser parte de un desequilibrio, de un estado de necesidad cuyo horizonte no se alcanza. Un acto de violencia: la raíz que año tras año ha abierto una grieta en el muro. Otro, indiscutible: la mano en la cabeza del caballo que tranquilamente acaricia su pelo. Unos anhelos acechan a los otros. Existir es aprender a respirar en medio de deseos que amenazan cumplirse.

III.

Pero hay senderos que cruzan este territorio. El camino de la creación, uno de ellos, nos invita a que iniciemos una investigación sobre la sed. En unas ocasiones, la experiencia se inicia con el propósito de establecer un vínculo. En otras, para dar forma, para transformar el mundo, para emitir un mensaje. Es un imperativo, como el del cuerpo, que nunca es ignorado. Simplemente, la sed es otro nombre de la vida.

El Temporal, octubre de 2023